19 abril, 2017

Acerca de la izquierda

Por estos días muchas personas reflexionan acerca de la izquierda desde una posición purista -pretendiendo una asepsia imposible y una neutralidad intelectual tan pretenciosa como falsa-  que a fin de cuentas me ha resultado agria, insoportable, hasta repugnante y tuve que preguntarme por qué. Hay muchas, demasiadas razones, que expulso, más que expongo, con rabia y con dolor. En desorden, probablemente.
Recordar lo obvio: desde fines de 1970 y hasta 1973 la derecha criolla y el imperialismo norteamericano colaboraron consciente y activamente para derrocar el gobierno de la Unidad Popular. Triunfaron en eso, pero para asegurarse en los días y años sucesivos exterminaron a sus mejores dirigentes, reprimieron a otros, anulándolos o moderándolos, convirtieron a algunos en colaboradores eficientes, expulsaron del país a miles. La represión durante dictadura fue algo horroroso: sistemática, cruel, eficaz. Lo viví en carne propia, desde la resistencia perseguida, vigilada, diezmada mil veces. Poco se habla de esto y de sus terribles efectos, tangibles y concretos en la actualidad, pero casi invisibles para la razón.
La izquierda fue arrasada, exterminada, destruida en sus cimientos. Debilitada en sus principios, tentada por el canto de sirenas del poder, mediatizada, moderada para reducirla a una mera apariencia que ni siquiera recoge la tibieza de la vieja socialdemocracia. Quedaron las denominaciones, las banderas y los símbolos de los partidos, convertidos en escenografía vana, insignificante.
La izquierda no ha gobernado en Chile desde 1990 en adelante, porque no existe. Hay unos impostores que utilizan sus emblemas, o con suerte y benevolencia unos fantasmas extraviados y trasnochados que pretenden representarla. Es triste reconocerlo: la izquierda chilena fue exterminada, sólo existe su luminosa sombra en los recuerdos de algunos que no hemos olvidado.
Y como no hay izquierda, su lugar es un botín para disputa entre los nietos de los poderosos que pretenden deshacer la construcción maligna de sus progenitores, de los intelectuales puristas que quieren desmarcarse de todos los vicios posibles sin advertir su propia soberbia y ambición (madre de todos los males que les siguen de manera natural), sin comprender que el ejercicio de la política implica mancharse las manos, las vestimentas, el rostro. Quienes detentan el poder se defienden no sólo con uñas, muelas, garras, medios de comunicación, coimas, dinero, sino que también con bombas y ametralladoras. Basta con leer las noticias internacionales para comprobarlo.
Vivimos una era muy compleja, con un dominio absoluto del poder económico, sin contrapesos. Una suerte de edad media donde el interés individual prima sobre el colectivo, donde la cultura y el pensamiento libres están relegados a un absoluto décimo plano.

Si esto se reconoce como un punto de partida, es un buen primer paso, firme, lúcido. Luego habrá que dar el segundo, que no es simple: ¿Qué puedo hacer yo al respecto? ¿Cuál es mi lugar en esta lucha desigual, pero justa? ¿Cómo hago izquierda en estos días oscuros? No es fácil responder, si las preguntas se abordan con honestidad, convicción y consecuencia. 
 
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