06 marzo, 2015

Paradojas de la Ingeniería Genética 2

El gato genéticamente mejorado se sienta a conversar con su equivalente hamster. Es una de aquellas conversaciones respetuosas y reflexivas que me agrada auscultar. Nada de agresiones, ni siquiera un asomo de desconfianza. Muy lejos de la fantasía escabrosa que impera en la isla del doctor Moreau.  El modelo original del felino ya estaría saboreando –si es que no torturando- al infeliz roedor.
-Me habría gustado ser un cocodrilo –comenta el hamster- para pasarme en el agua con ese traje costoso.
-Pero esos saurios son carniceros, solo piensan en devorar cebras y ñus que tratan de cruzar su río -acota el felino-; tú en cambio eres un pacifista vegetariano.
-Ah, eso… -responde con tristeza el pequeño mamífero- me gustaría saber qué siente un predador cuando caza. Es morboso, pero así son las cosas.
-Tal vez de ese modo empezó Hitler, con un sueño como el tuyo. Mira cómo terminó.
El gato se incorporó y subió ágilmente por el árbol hasta el tejado. Allí se quedó solo, tomando sol. Reflexionando.  

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