19 diciembre, 2014

El lavavajillas

Alguien introdujo la idea dentro de su duro cráneo, ya no recordaba quién. Su esposa quizás, pero no estaba seguro. Tampoco importaba. Ahora estaba solo, frente a la caja recién abierta, procurando armar el artilugio según las instrucciones del catálogo. Trabajó por horas, sin descanso. Enchufó el resultado de sus esfuerzos a la red eléctrica y a la de agua. Presionó el botón verde y un inteligente ojo escarlata se encendió en la parte superior del artefacto. Abrió la puerta de cristal y colocó dentro la vajilla sucia. Un plato se atascó, lo tironeó, pero se trabó más aún. El chorro de agua hirviente le arrancó un chillido. Metió la otra mano para zafar la que tenía apresada. El ojo carmesí brilló con furia. Ahora estaba doblemente atrapado. El engendro comenzó a trepidar arrastrándolo hacia su interior. El funcionamiento de la máquina alcanzó dimensiones horrísonas que tapaban sus aullidos. Al final sobrevino el silencio, apenas interrumpido por un borboteo similar a una risa ahogada.

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