26 abril, 2013

Transporte cotidiano


El tren subterráneo es un instrumento de tortura perfecto y deliberado en todos sus aspectos. Por las mañanas inicia brutalmente al ciudadano en los afanes cotidianos: empujones, asfixia, codazos, hedores y otras experiencias ingratas. Apenas, exhausto, comprimido, el ciudadano logra salir a último momento en la estación más cercana a su trabajo. Tras soportar la agotadora jornada –exprimido y transformado en rugoso limón reseco- sale corriendo como escupo para regresar al oprobioso sistema de transporte. Ingresa, tras larga espera,  al sexto carro a fuerza de empellones. Soporta manoseos y hurtos, alientos nauseabundos, conversaciones idiotas. Cuando al fin, convertido en estropajo y a punto de fenecer, consigue salir del tren para caminar, cabizbajo, de regreso a su casa, desprovistos de sueños, anhelos, amores y –sobre todo- de esperanzas.

1 comentario:

Pedro Sánchez Negreira dijo...

Es tremendo por lo real, Diego.

Un abrazo.

 
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