Lo levanté del piso y lo puse sobre la palma
de mi mano. Le di unos golpecitos con el índice y se revolcó de dolor, lloró,
suplicó. Un espectáculo gracioso, entretenido. Exigí que cantara. Lo hizo. Y
que bailara. También lo hizo. Hasta desmayar de agotamiento. Arrojé un vaso de
agua fría sobre su cuerpo exánime. Despertó. Le pedí que cantara mis alabanzas.
Obedeció. Me aburrió su mojigatería. Lo trituré. Fue fácil. Era un pelmazo.
30 enero, 2013
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1 comentario:
¿Cómo pudiste ser tan cruel?
Muy buen relato.
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