26 febrero, 2012

Mundos posibles


Aquel hombre era afortunado, pero brutal. La suerte le regalaba todo lo que necesitaba y mucho más. Llegó a creer que merecía todo aquello sin entender que era un don temporal. Despreciaba a todos por igual; esa era la única equidad que practicaba. No tenía amigos ni amigas porque le parecía una manifestación de fragilidad.

Un día halló el Aleph en una escalera. Miró aquel punto extraordinario que contenía todo el universo y le propinó un feroz martillazo. Entonces todo se fue a negro. El mundo desapareció.

Pero esa fue la vez anterior. Vino el big bang y el universo se echó a rodar de nuevo.

Ten cuidado si encuentras el Aleph por ahí, porque es muy delicado. No vaya a ser que se le agote la batería.

20 febrero, 2012

Causalidad y causalidad electrónicas


Se cortó el pelo y se le borró el correo electrónico. Recordó la historia de Sansón, pero la desechó como explicación.
Se hirió el talón con un clavo oxidado, soltó el computador y se hizo añicos; perdió toda la información. Recordó la historia de Aquiles, y tras un rato de reflexiones la desechó como explicación.
Tropezó en la calle por ir hablando por teléfono y cayó sobre un madero aguzado que se le hundió en un ojo, y recordó la historia de Polifemo. La desechó con dudas.
Como pudo se incorporó, restañó la sangre del ojo vaciado con un pañuelo y caminó vacilante, pensando cómo conseguir un GPS. Cuando vio ante sí la enorme cruz, emprendió la retirada en desesperada carrera.

11 febrero, 2012

Lobo escritor


a Juan A. Epple


Con su peluda y torpe zarpa, el Lobo aferró el lápiz grafito e inició la escritura de su primer y último microcuento, sabiendo que lo dedicaría a la Caperucita de sus sueños. Escogió un final feliz y lo borró con rabia. Lo cambió a un desenlace triste y se decepcionó. Optó por el final trágico, el clásico. Añadió el punto final y salió dispuesto a enfrentar su destino.

06 febrero, 2012

El hombre con vista de rayos X


A Ray Milland

De un día para otro adquirí visión de rayos X: fue una desgracia tremenda. En vez de pies curvados sobre calzado aguja, comencé a ver tarsos y metatarsos, falanges, astralagos, cuboides. En lugar de disfrutar de piernas bellas y torneadas, me atosigaba de fémures, tibias y peronés realmente lamentables. Los pechos usualmente suntuosos y acogedores, fueron reemplazados por destacamentos de costillas semejando defensas militares. Las nalgas fueron sustituidas por blancas caderas sin ningún refinamiento estético. Los cuellos largos por vértebras en precario equilibrio, los rostros hermosos trocados en calaveras repletas de dientes. Huesos, colecciones de huesos caminando, riendo, conversando. Incluso insinuándose, horrible. Ahora, por primera vez, pienso en la muerte como solución: tras un tiempo me convertiré en esqueleto. Quizás entonces me agraden mis símiles. Es una posibilidad.

 
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