23 febrero, 2010

De cómo la poesía infunde historias de amor


La bruja dulce se enamoró del licántropo. No sabe si la sedujo su sonrisa bondadosa y cargada de colmillos, su mirada lobuna inundada de deseo, o sus palabras lentas y cuidadas. La cuestión es que le dio por leer poesía. Leyó a Miguel Hernández y sintió los vuelcos de su corazón de terciopelo ajado. Leyó a García Lorca y se convirtió en potra de nácar y luego en mozuela. Rogó al licántropo para que la llevara al río. Él, gentil, accedió. Bajo la luna hicieron el amor y fueron felices. Después, cuando el alba fue anunciada por un gallo, él se fue para siempre, cantando. La bruja reconoció los versos y cantó con su bellísima voz. Amo el amor de los marineros que besan y se van. Dejan una promesa, no vuelven nunca más.

15 febrero, 2010

Civilización futura 2


Le dijo en todos los tonos al robot lo que era, o lo que creía que era. Primero con arrogancia, enérgico, violento por momentos. Luego paciente, entregando fundamentos sólidos, ordenados, bien estructurados. Finalmente en súplica, de rodillas, implorante, empapado en lágrimas de auto compasión. No hubo caso, el robot ejecutó la sentencia que llevaba programada. Hacía muchos años que nadie leía un libro. Un escritor nada tenía que hacer en aquel mundo moderno. El seco estampido regresó las cosas al orden previsto.

10 febrero, 2010

Civilización futura 1


Conectó el tubo de oxígeno a su máscara e inspiró dos veces con gran intensidad. Se sintió mejor, fuerte y lúcido. Dio arranque a su nuevo jeep y se precipitó por la supercarretera. El coche reclamó combustible y programó una detención en la próxima estación de recarga. Recibió una llamada de su mujer. Por su tono de voz, estaba desesperada, pero no le entendía nada debido a las interferencias. El automóvil se detuvo para llenar el tanque. La aguja se atajó a la mitad. Un mensaje surgió en el visor. “Su fondo de pensión está agotado. Consulte a la central”. No logró comprender. Aceleró el jeep para regresar a la supercarretera subterránea. El teléfono se había apagado. Pronto el auto se paralizó. “No tiene crédito para el peaje”, anunció la pantalla. El motor se extinguió. Una fuerza invisible levantó la máquina y la arrastró a una oscuridad sin retorno.
 
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