07 noviembre, 2009

El dragón


Depositó su gigantesco corpachón cubierto con escamas verdes en el Central Park una tibia mañana de mayo, como si hubiera tenido la intención de regocijar a los niños que jugaban y gritaban en el césped, vigilados de cerca por sus padres. Al principio, creyendo que se trataba de un anuncio publicitario, no le hicieron mucho caso. El dragón tuvo miedo del bullicio y trató de escapar, batió las alas, levantó polvo, mas nada consiguió, a excepción de la atención de los presentes que comenzaron a rodearlo. Estaba viejo y enfermo. Intentó exhalar una lengua de fuego para desanimar a los imprudentes, pero sólo una ridícula voluta de humo emergió desde sus fauces. Un niño se encaramó por su lomo chillando de felicidad. Cerró los ojos; estaba tan cansado.

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