29 septiembre, 2009

Alienígenas 1


Cuando abrí la puerta del excusado, encontré al maldito extraterrestre instalado allí. El almuerzo me había caído pésimo y necesitaba el inodoro con urgencia. Me miró a través de su escafandra translúcida con aquellos enormes, oblicuos y oscuros ojos de alienígena. Tenía la parte inferior de su traje espacial abajo. Apestaba y eso empeoró la situación porque me vinieron arcadas. Vomité sobre su escafandra. El asqueroso fluido que salió de mis entrañas escurrió empañando el vidrio. Al fulano no debe haberle agradado mi acción, por cierto involuntaria, y llevó rápidamente su mano –o lo que fuera, tentáculo, seudópodo, pata- a la altura donde debieran estar sus caderas. Ya he visto suficientes películas del far-west; a mí no me vienen con cuentos. Le vacié la Walther 38 sobre el pecho. No quería que me saltaran vidrios al rostro. Ocho puntitos verdes aparecieron sobre su traje de cosmonauta, y por ellos comenzaron a escurrir verdes color esmeralda. Antes que cayera, lo levanté en vilo y lo tiré a la tina para que no ensuciara más. Me senté al fin. Y vino el alivio, aunque podía oler la peste de la criatura que convulsionaba en la bañera.

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